miércoles, 14 de mayo de 2014

CUENTO CON MORALEJA FINANCIERA

En un país muy lejano hace ya tiempo
érase un padre que en trance de la muerte
quiso dejar los bienes a sus hijos,
mas siendo tres y al pretender ser justo
con la escasa cuantía del legado,
pergeñó un reparto equitativo.

Al mayor de los hijos designaba
el proseguir oficio que de siempre
fuera una tradición en la familia
y siendo afilador legó los útiles
que aunque estaban ya un poco desgastados,
al menos por cien usos durarían
y si cobraba diez reales por servicio
al final mil reales le dejaba.

Para iniciar un puesto en el mercado
diole al mediano un barril de manzanas
que sumaban quinientas y al valer cada una
a dos reales, también a ese mil daba.

Al pequeño por fin le dejó ahorros
de un talego que mil reales contenía
(ya que pensó que el pobre no servía
para un oficio, ni tampoco el comercio)
y así murió tranquilo aquel buen hombre
en la creencia que a todos igualaba.

Ya después del entierro y de las misas,
a comer y a beber por celebrarlo
(la suerte de la herencia recibida)
fueron los tres hermanos a la fonda
de la ciudad donde se hacía el mercado.

Allí el menú, bien regado con vino,
de sopas y perdiz escabechada
fue rematado con postre de natillas,
que el mesonero a diez reales cobraba.

Pretendieron pagarle cada uno
con aquello que había en su fortuna;
servicio afilador, el otro fruta…
pero la cosa parece no hizo gracia:
el posadero tenía sus cuchillos 
todos a punto y así no precisaba
el afilarlos, al menos de momento;
y de manzanas él cultivaba un huerto 
que abastecía lo que necesitaba.

En cambio el otro no tuvo problema:
pudo sacar monedas del talego
y allí comerse delante de narices 
de sus hambrientos hermanos las viandas.

Los dos mayores en busca de dinero
vocearon en la plaza: el uno fruta,
otro el servicio de aguce de cuchillos,
pero ¡oh sorpresa!, para su desengaño
nadie hubo casualmente en tal momento
que deseara comerse una manzana
ni reparar tijeras ni navajas…

“No os preocupéis hermanos que yo os presto
—dijo el pequeño sacando de la bolsa
los diez reales a cada uno de ellos—
pero impongo que devolváis lo dado
más intereses —tan sólo un diez por ciento—
por cada día que pase sin pagarme
que he de cargaros pues corro con el riesgo
que no podáis hoy mismo devolverme
el monto principal; ¡es razonable!”

… y dijo para sí: “sí, estos dos tontos
me harán rico a poco que más coman:
uno de ellos ha de vender manzanas
y el saco tiene ya algunas podridas;
el otro ha de afilar como un poseso
para pagar la deuda e intereses
con maquinaria más y más desgastada”;
y en efecto, al cabo poco tiempo
incautos fueron esclavos de su trampa.

Moraleja: los bienes y servicios
aun siendo una riqueza verdadera
acaban en el hoyo si el dinero
se emplea, no para el intercambio,
sino —en antinatura— como un fruto
tomado del vecino, de su esfuerzo,
o de riquezas que da la madre tierra.

El padre equivocó sus previsiones;
al valor del dinero hay que sumarle
la ventaja que tiene en lo oportuno
de ser independiente en coyunturas
de la existencia, o no, de una demanda.

El cuento no se acaba en todo caso
pues según reza la antigua oscura crónica,  
cuando al poco se vieron arruinados 
los dos hermanos, al otro, al usurero
uno pagó con manzana envenenada 
y otro las tripas abriole con navaja 
muy afilada, como él sabía hacerlo.

Los prendió la Justicia, los ahorcaron;
los tres llamaron a puertas de los Cielos,
abrió San Pedro (vieron dentro allí a padre)
al mayor y al mediano franqueó el paso,
al otro remitió a Pedro-Botero.

Cuando lo vio llegar dijo: "¡diablos,
cómo me mandan una buena persona!:
pecadillo tan sólo venial ha cometido
cobrar interés simple, aún no ha caído
(las prácticas bancarias empezaban)
en el mortal por el que se hinchan las deudas
con un ritmo infernal del latrocinio
en ese cáncer del interés compuesto". 



© albertotrocóniz / 14
Texto: de “Relatos y Cuentos”
Imagen: “Plaza del Mercado” ,
de “MUSEO” (Códice medieval francés)


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