miércoles, 13 de agosto de 2014

RETRATO DE MI PADRE EN HOMENAJE


José Ramón Fernández de Trocóniz y Esteban
Miranda de Ebro  4 de Abril 1919
Madrid 12 de Agosto 2014


EN HOMENAJE

… a esa ola hecha de cuerpo-mente
formada en el océano de Conciencia
cuando escoge el disfrazarse en formas
velándose en materia, espacio y tiempo
y a la que damos un nombre y unas fechas
—en este caso "José Ramón Trocóniz"—
que jugó el rol de ser aquí mi padre…

… esa otra ola que juega el rol del hijo,
para que no se pierda su memoria
y quede un rastro de lo que fue su espuma,
viene aquí a describir la trayectoria:


I INFANCIA 

Miranda de Ebro en el "Hotel Trocóniz",
siglo pasado, el año diecinueve
en mes de Abril noche del tres al cuatro;
Urano asciende en el signo de Piscis
(que da inventiva sobre cosas extrañas),
el Sol en casa II en el de Aries
(un gran empuje para ganar dinero)
y el resto de planetas —no es frecuente—
están por bajo de línea de horizonte
(si fuera barco “un submarino” fuese).

Ni el mayor ni el menor de diez hermanos,
una madre excesiva, matriarca:
Doña Esperanza Esteban, “victoriana”
y era el padre imponente de mostachos
Don Alberto Fernández de Trocóniz
… “de los grandes expresos europeos”.

Formado en Suiza en la gran hostelería
se trae a España un soplo de aire fresco
a un panorama de fondas y cantinas;
un bon-vivant muy culto y elegante
también muy recto —un caballero antiguo—
cuando hacia arriba retuerce los mostachos
toda su prole mejor que se escondiese
(incluyo aquí asimismo a los empleados).

En los jardines del hotel y en los sótanos
fabrican los hermanos un refugio,
el “Polícromon Club” de aires ingleses:
cortes de tweed, pantalones bombachos,
juegan al tenis y traen las nuevas modas
a en medio el páramo de tierras burgalesas.

Jose Ramón —un poco retraído—
halla solaz en cuentas matemáticas,
sobre todo si involucran monedas;
“el judiito” le llaman en familia,
desde pequeño tuvo el “toque de Midas”,
ese don raro por muchos envidiado.

Quizás fuese la imagen de un banquero,
de esos de los tebeos con un puro
lo que impulsó a sustraerle a su tío
un gran habano y fumarlo en secreto;
nunca lo hiciera: el mareo y los vómitos
y el ponerse a morir en el intento
le disuadieron probarlo en adelante;
siempre nos advirtió contra el tabaco
(gran decepción cuando yo fumé en pipa).

Fue siempre un solitario y retraído,
prefería dedicarse a sus inventos:
ya siendo un niño se hizo un laboratorio
en cuartucho abandonado de los sótanos;
física y química eran sus dos pasiones
junto a las mencionadas matemáticas:
jaulas de Faraday, generadores,
pilas galvánicas que alimentan circuitos
de luces, timbres y radios de galena,
compuestos químicos mezclados en la búsqueda
del viejo sueño del oro de alquimistas.

Y por los pelos la cosa sale cara:
mezcló y logró la nitroglicerina
y a poco salta el hotel por los aires,
con “Polícromon Club”, padres y hermanos;
pero el destino quiere la cosa siga
lo que nos lleva a la siguiente etapa.


II JUVENTUD

Ya en Salamanca primeros años treinta,
allí traslada familia numerosa
para abrir un hotel “a todo trapo”
(el proyecto lo hizo López Otero)
que marcó un hito en la ciudad por tiempo:
el famoso “Gran Hotel de Salamanca”
—al de su buena época me refiero—
amplios salones, decoración "moderna"
y antigüedades con armaduras, cuadros,
bar y parrilla, cocina sibarítica,
centro de moda, tertulias variopintas,
el mentidero de artistas y toreros…

Bachiller en colegio de Agustinos,
prepárase a hacer ingeniería:
Telecomunicación es preferente
para él que apenas comunica
encerrado en sí mismo: matemáticas,
grandes paseos también en bicicleta
a las afueras llegando a Santa Marta
(¿alguna chica allí?, probablemente)
y tocar el violín, lado romántico
a dar salida a sentimientos íntimos.

La guerra estalla cuando tan sólo tiene
diecisiete años y afanes de aventura
—siempre mi padre voló en independencia—
y sin dudarlo se alista en la marina
(en bando nacional se sobrentiende).

El buque escuela se llama "Galatea":
trepar por mástiles superando el mareo,
dormir al raso dentro un rollo de cuerda
y la tormenta encima, mas no importa
(cuando se es joven y la vida se estrena,
de nuestra parte todos los vientos rolan).

Luego el servicio en destructor "Mar Caspio"
y después también en el "Mar Negro"
interceptando convoyes enemigos;
bajar a puerto en raras ocasiones
y para celebrarlo muerto de hambre
en la taberna un gran plato de callos
y a lo mejor después “salir por piernas”
a falta de dineros a pagarlos
(estos desmanes gustoso los perdona
por Causa Nacional, el mesonero).

Telemetrista de piezas artilleras
aquí también demostró habilidades
en el manejo de las matemáticas;
y unas medallas que nunca nos mostrase,
la vanidad en él no fue un defecto
(ahora aparecerán en los armarios
cuando tengamos que limpiar y hacer orden).

De vuelta en Salamanca la sorpresa
que a su hermano mayor lo han fusilado
los rojos en la prisión de Málaga,
a su madre la encuentra destrozada
y a su padre lo nota ya está enfermo.

El hotel ha estado funcionando
como Estado Mayor para el Caudillo;
paralela a la muerte hay gran "vidilla":
de la Luftwaffe los pilotos se hospedan
y después de venir de tirar bombas
sobre tejados volando con sus "Junkers",
pues "le tiran los tejos" a mis tías
(que no se apuntan a ningún bombardeo).

Luego más tarde en la Segunda Guerra
será un centro de espías y exiliados
sobre todo de judíos alemanes
camino de Lisboa a las Américas
(el ambiente creo se pareciera
a ese famoso film de "Casablanca").

Muere el padre que era alma del negocio
y es necesario tomar de hotel las riendas;
cada uno un cometido, viuda e hijos,
y él se hace cargo de contabilidades;
sigue con el violín y los inventos
—muy apreciadas sus radios de galena—
mas ha de renunciar a la carrera;
luego surge el amor y se echa novia.

Dar el agua bendita de la pila
a la entrada de misa en Dominicos
a una joven que tiene quince años:
Carmen Revuelta, morena de ojos verdes;
él con veintiuno le resulta muy guapo
(de cabo gastador iba en desfiles);
la seducción y el amor "con locura",
siete años de noviazgo, el matrimonio…
lo que nos lleva hacia una nueva etapa.


III MADUREZ

Salamanca es pequeña, él lo que quiere
es la aventura con nuevos horizontes:
en la gran capital probar fortuna
y allá se van dejando lo seguro.
(como ya he dicho, mi padre ha valorado
su independencia por encima de todo);
empieza comerciando con la mica
que entonces era muy utilizada.

Alquila un piso, teniendo como muebles
aparte de un colchón, sólo cajones
como mesas y sillas por el suelo;
poco a poco va la cosa mejorando
y consigue ponerlo confortable.

Conoce casualmente a un caballero
que posee un hotel en la Gran Vía
y precisa un director que se lo lleve;
le ofrece su experiencia y lo consigue.

Siempre habló bien de aquel primer patrono
—y también único, no tuvo jamás otro—
con quien colaboró por muchos años;
fue Don Ramón un hombrecillo pulcro
(que yo recuerdo algo mefistofélico
con un gran coche americano negro,
de esos de las películas de gángsters).

Tocar violín y llevar la gerencia,
él no paraba en buscar soluciones
a los problemas de forma diferente
y en contabilidad se hizo su método:
elaboró un sistema de matrices
en pliegos con diseños de Haber-Debe
(por ese entonces no había ordenadores),
que permitían ver todo “de un plumazo”:
en una dirección se leía el Mayor,
en la otra se comprobaba el Diario;
siempre cuadraba hasta el último céntimo.

Un día de mayo de mediados de siglo
en la casa del Paseo de Rosales
a la puesta de sol vine yo al mundo
en medio de los gritos de mi madre
(un verdadero toro, cinco kilos).

El primer hijo de cuatro que seríamos;
crecían la familia y los ingresos,
hasta que un día se animó a dar el salto
y a unos marqueses arrendó un palacete
a transformarlo en hotel de viajeros
y así surgió el “Gran Hotel Princesa”
en esa calle; era un hotel magnífico
en plan lujoso con jardines y fuentes.

Como muestra otra vez de su ingenio:
para alfombrar pasillos y salones,
fabricó unos telares, compró lana
e hizo su propia “Real Fábrica de Tapices”.

Tan coquetón, tan cómodo, elegante,
el favorito de muchos extranjeros,
entre ellos de los americanos
que por entonces instalaban sus bases;
recuerdo aquí a un tejano, un tal "Tex Taylor",
que nos cazaba a lazo por salones.
Había dos chicas: "las americanas"
amigas desde entonces de familia;
muchos clientes fueron también amigos
incluso Jack, agente de la CIA.

De mi infancia recuerdo allí los juegos
en espacios enormes para un niño
—todo un mundo muy diferente a un piso—
y en laberintos verdes de jardines
fue mi primer amor, conocí a Kathy.

Una noche funesta hubo un incendio
que asoló las techumbres de madera
y mi padre, asumiendo un gran riesgo,
trepó junto a bomberos por tejados
(él sabía lo que era trepar mástiles)
contribuyendo eficazmente a extinguirlo.
Recuerdo comilona después dada
a la brigada con todas sus familias
y mi padre tratado como un héroe.

Llegó la oferta, la desdichada oferta
—por entonces comenzaba la barbarie—
de que Meliá quería ese palacio
a demolerlo y levantar sobre ello
un mamotétrico hotel "súper-moderno".

Así que a J.R. indemnizaron
con por entonces lo que era buena suma
que él repartió en parte a sus hermanos
en mucho más de aquello que era justo
(toda su vida fue siempre generoso).

Con el dinero y pidiendo hipotecas
compró en la calle, un poco más arriba,
un edificio que era un viejo convento
para tirarlo y hacer hotel de nuevo
(aunque después en pisos transformase);
él hacía planos dictados a arquitecto.

En esa obra se enfrentó a mil problemas:
profundizó cosa inaudita entonces
hasta alcanzar nivel de un tercer sótano;
y alcantarillas, una noche funesta,
se derrumbaron viniendo el muro abajo.

Patentó un sistema novedoso
precursor de lo que hoy son bovedillas:
era un prefabricado con ladrillos
que al ser montado en unos caballetes
en vez de hacerse "in situ" en el forjado,
ahorraba mucho tiempo y mano de obra.

"Bovepre" fue el nombre que le diese
y en ese tiempo salió en varios periódicos:
"Un hotelero levanta rascacielos
en tiempo récord" eran los titulares
(exagerados pero halagadores);
se lo copiaron cuando al poco se hizo
hospital de "La Paz" en Castellana
plagiándole estructuras de ensamblaje
y sobornando asimismo a los obreros.

Adquirió la familia en Salamanca
un castillo medio en ruinas para finca;
mi abuela —reina madre— y todos hijos
en más o en menos a ello colaboraron
tanto con obras como en amueblamiento,
en su decoración y en el ornato.

El "Castillo del Buen Amor” fue otro
de mis lugares míticos de joven
junto a la abuela y tías queridísimas;
recuerdo, subiendo escalinatas,
un samurai que mi padre adquiriese
en el Rastro y aportase al menaje
siendo el terror de todos por la noche.

Pero a él le gustaba poco el campo
en el que se aburría mortalmente;
era por contra un completo urbanita
y se deshizo al cabo de su parte.

Llegamos ya a los años ochenta
los de la transición y “la movida”
—mi padre nunca había dejado de moverse—
ahora quizás hacia una nueva etapa.


IV ANCIANIDAD

Sale a subasta el antiguo Hotel Bristol
ese que él dirigiera en la Gran Vía
propiedad de fundación benéfica
creada por Don Ramón para el sufragio
de una residencia para ancianos;
colaborando en su sostenimiento
él es patrono durante muchos años
(y hace muy poco nombrado presidente).

Transforma el edificio en oficinas
dándome de esas obras el proyecto
(quizá el primero cuando acabé carrera)
y aprendí muchas cosas a su lado,
soluciones de ingenio como siempre;
por ejemplo: a fin variar tabiques
de la distribución en interiores
hizo construir como un trípode-carro
para moverlos sin tener que tirarlos,
evitando por tanto mucho escombro
y la necesidad de rehacerlos.

La vida amarga no le ahorra sinsabores
la importante lección del desapego
muerte de un hijo, los varios desengaños
es un estoico, nunca le he oído quejarse;
su frase favorita repetida:
“las almas se forjan en el sufrimiento”;
también hay alegrías, por los nietos,
por los hijos entiendo que no tanto
(a nosotros no nos veía comerciantes).

Austero en la comida, en la bebida,
en el vestir… así uno nunca sabe
qué regalarle en cumpleaños y en fiestas:
fumar ni mencionarlo (lo del puro),
tiene un Ford viejo "del año de la tana",
… ¿una corbata?,… la mira con tristeza,
¿una mantita?, ¿o quizás un pijama?
… se acuesta siempre con la ventana abierta
(¿recuerda el barco durmiendo en la cubierta?).

Lo único capaz de ilusionarle
—cosa aparte dos "fox-terriers" que mima—
es algo de bricolaje o eléctrico:
un destornillador, un busca-polos…
para el cuartucho donde repara objetos
(¿es el del niño cuando en laboratorio?).

Ahora descubre una afición tremenda
—ya su violín se lo ha legado a un nieto—
con la llegada de los ordenadores:

se compra un Apple de esos de los primeros
(que hoy constituye una pieza de museo)
y aprende a programar lenguaje “Basic”
pasando a ordenador aquellos métodos
de contabilidad desarrollados
a lo largo de toda su carrera.

La cosa le apasiona y le dedica
muchas horas del día y de la noche
(entiende que eso mantiene su cabeza);
adquiere ordenadores e impresoras
en las subastas ya que ninguno nuevo
admite su sistema y su lenguaje.

Lleva cuentas con ello en sus empresas
para gran desespero de asesores,
entre ellos yo, también su secretaria
que pierde vista en monitor-pecera,
sufre tortícolis por "setings" no ergonómicos,
en medio estruendo de impresoras de aguja,
sahumado ambiente con el aroma a ajo
de pócimas que él mismo se prepara…
pero él no cede un ápice en lo suyo

siguiendo hasta el final, aún casi ciego.

En efecto, en los últimos años
digamos a partir cumple noventa
la mente es lúcida mas cuerpo se degrada;
padece un cáncer que él mismo se “auto-cura”
o al menos eso intenta, como siempre
con alcohol de romero y programando
ciertas líneas erróneas en sus genes…

“Él no es humano”muchas veces pensamos
sino un robot que con algunos cables
y armado de alicates y tornillos
se arregla dentadura o bien un dedo
que se ha salido al parecer del sitio.

Se levanta a las seis de la mañana
y se acuesta temprano por las noches;
con disciplina se mantiene en forma:
sube andando tres pisos de escaleras
y una hora al menos de bicicleta estática
(¿recuerda tiempos cuando iba a Santa Marta?)…

Al final fallan las fuerzas y la vista
y es gran tragedia puesto que más no puede
leer en pantallas de los ordenadores
esos amados números en cuentas,
ni en extractos del banco, ni en talones,
ni en los listados sobre papel-pijama
que le alfombran despacho con sus fuelles
cuando toca sacar facturaciones.

Es la renuncia dolorosa a todo
lo que ha supuesto su vida y sus afanes
al menos en aspectos del trabajo
que ha cultivado durante casi un siglo
(mas como digo: jamás una protesta).

Ya en otros de esos viajes submarinos
por cien mil leguas que mantuvo en secreto,
yo no entraré; dejemos que se pierdan
tal como él quiso inmersos en olvido.

Descanse en paz José Ramón Trocóniz.




© albertotrocóniz / 14
Texto: de “LA TORRE DEL HOMENAJE”
Imagen: de “FOTOPINTURA”
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